La palabra disciplina hace referencia a la educación, a los cuidados formadores de los padres hacia sus hijos. Si Dios nos disciplina es precisamente porque somos sus hijos. Para ayudarnos a crecer en la fe, él nos hace pasar por diferentes situaciones, que a veces pueden ser difíciles. ¿Cómo reaccionamos?
Hay tres reacciones posibles ante la disciplina:
– Despreciarla, es decir, no darle importancia y pensar que lo que sucedió fue debido al azar. Entonces no aprovechamos esta disciplina, aunque nos haga sufrir. Es como si no tomásemos posesión de algo que pagamos caro.
– Desanimarnos: en lugar de ver que Dios desea actuar en nosotros, empezamos a dudar de su amor. Pero Dios no permite una prueba que esté por encima de nuestras fuerzas (1 Corintios 10:13). Si los padres terrenales sensatos saben cómo disciplinar a sus hijos, nuestro Padre celestial sabe hacerlo mucho mejor (Hebreos 12:9-10).
– Aceptar la prueba es la buena reacción; así la disciplina puede sernos útil. Entonces escucharemos más al Señor. Por medio de ella, muy a menudo, Dios prueba nuestra confianza en él, para afirmarla. También quiere ayudarnos a identificar nuestras faltas, nuestros pasos en falso y su origen. Dejemos que Dios nos pruebe (Salmo 139:23) y nos purifique. Así descubriremos que la disciplina de Dios “da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.
Génesis 50 – Hechos 1 – Salmo 22:25-31 – Proverbios 9:13-18