En un pueblo de Brasil, una madre estaba preocupada. Hacía algunos días su hija de 18 años se había ido dejando esta nota: “Me voy a Río, estoy harta de este pueblucho donde nunca sucede nada, quiero vivir mi vida y pasarla bien en la ciudad”.
Transcurrieron largos meses sin que la madre tuviese noticias de su hija. Como no aguantaba más, la madre empleó sus ahorros para ir a Río de Janeiro. Allí imprimió muchas fotos de sí misma; luego escribió un pequeño mensaje al reverso de cada una. Recorrió las calles de la ciudad, entró en cada hotel, cada cine, cada discoteca, para poner su foto bien visible en la entrada de cada establecimiento. Cuando se le acabó el dinero, volvió a su casa.
Una mañana, su hija bajó a la entrada de un hotel. No era más que la sombra de lo que había sido, pues su vida de libertinaje la había hecho envejecer prematuramente. Sus ojos se fijaron en la foto de su madre, la tomó y le dio la vuelta. Entonces leyó este mensaje: “No me importa lo que haya sido de ti, no me importa lo que hayas hecho. ¡Por favor, ¡vuelve a casa!”.
Joven, tú que estás leyendo estas líneas, quizás estés destruyendo tu vida. Y tú que eres adulto, quizá tengas cicatrices imborrables. ¡No todo está perdido! El Dios vivo te llama: “Te amo como eres; di a mi Hijo para que fuese condenado en tu lugar. Te estoy esperando, vuelve a mí, no te rechazaré”.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Génesis 35 – Mateo 20:16-34 – Salmo 18:31-36 – Proverbios 6:16-19