¡Qué fea es la palabra pecado ! Hoy casi no la utilizamos ; preferimos hablar de errores o fracasos, de debilidades humanas. Equivocarse es humano, oímos decir. Pero la Biblia, la eterna Palabra de Dios, habla del pecado, y esta palabra tiene un sentido preciso. Engloba toda infracción a la ley divina, toda desobediencia, todo pensamiento de codicia. Si nos comparamos a los demás, podemos pensar que somos rectos y honestos. Pero si nos colocamos bajo la luz de Dios, veremos que somos pecadores ; es como poner una sábana blanca sobre la nieve : se ve gris. La Biblia lo repite varias veces : “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3 : 10).
Sí, pero tengo circunstancias atenuantes, dirá alguien, o bien : si todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no puedo hacerlo ? ¿Es tan grave ? Las cosas cambiaron, ya no decimos que algo está mal, somos mucho menos categóricos. Tal vez yo sea responsable, pero no culpable… La sociedad, mi educación o las circunstancias de la vida modificaron mi forma de ver el mal.
Dios saca a la luz incluso las razones escondidas de mis acciones, mis intenciones secretas… (Hebreos 4 : 12-13), hasta que piense, al igual que el apóstol Pedro : “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lucas 5 : 8), o como el profeta Isaías : “¡Ay de mí, pues soy perdido ! Porque soy hombre de labios inmundos” (Isaías 6 : 5, V.M.). ¡Este es el principio de la liberación y del perdón, pues Dios se revela como el Dios de amor que salva al pecador !
2 Crónicas 20 - 1 Corintios 11 : 23-34 - Salmo 103 : 13-18 - Proverbios 22 : 20-21