Desde que Jesús subió al cielo, el Espíritu Santo vino a la tierra para vivir en cada creyente: “Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo” (Efesios 1:13). El Espíritu Santo anima la vida nueva del creyente y produce un “fruto” que, por la gracia de Dios, madura en él. Está compuesto por el conjunto de estas virtudes morales: amor, gozo, paz… que encontramos en el segundo versículo de hoy. Si el corazón del creyente está lleno de estas virtudes, ellas se manifiestan en su vida, en su conducta. Esto fue lo que hizo decir al apóstol Pablo, dirigiéndose a los creyentes de Galacia (una provincia de la actual Turquía): “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
Esos cristianos estaban tentados a vivir como si ese fruto del Espíritu no fuese suficiente. Querían añadir a su cristianismo la práctica de ciertos ritos de la ley de Moisés.
Perdían así lo que nos aporta el verdadero evangelio, pues andar por el Espíritu es dejarle que nos dé la fuerza para rechazar el mal y hacer el bien. Por la fe podemos ponerlo en práctica cada día. Amigos cristianos, así como un niño aprende a caminar, nosotros tenemos que aprender a andar por el Espíritu. Este aprendizaje dura toda nuestra vida y hace crecer este fruto, que es interior, pero que se ve, como el amor, el gozo, la paz, la paciencia…
Jonás 3-4 – Marcos 4:21-41 – Salmo 50:1-6 – Proverbios 14:21-22