Probablemente usted ha encontrado personas que le ofrecen un evangelio, un tratado o un calendario cristiano, sin preocuparse por las miradas críticas o burlonas… O ha escuchado cristianos hablando de Jesucristo a quienes los rodean e invitándolos a conocerlo. ¿Qué motiva a los creyentes a utilizar su tiempo y su energía para evangelizar a otros, a pesar de las reacciones hostiles? ¡Gente rara!, pensará usted…
Pero anunciar la buena nueva de la salvación de Dios por medio de Jesucristo es una de las grandes misiones de los creyentes, a quienes Jesús dijo: “Me seréis testigos”. El mensaje de gracia de Dios llena sus corazones, sus pensamientos, sus vidas. Todos los que han comprendido el amor de Jesús, su Salvador, desean mostrar y compartir su felicidad. Son motivados por el amor de Dios derramado en sus corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5). Porque Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
La evangelización no es proselitismo, el cual se esfuerza en convencer y reclutar, por todos los medios, nuevos adeptos. Evangelizar es anunciar a Jesús el Salvador, dar a conocer una persona. Los que evangelizan son testigos del amor de Dios y del perdón que él concede a los que sienten el peso de sus pecados y se arrepienten. Conociendo esta felicidad para sí mismos, como los discípulos de Jesús, anhelan hablar de lo que llena su corazón. “Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20).
Josué 11 – Hebreos 11:23-40 – Salmo 132:1-7 – Proverbios 28:11-12