“Seis cosas aborrece el Señor, y aun siete abomina su alma: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:16-19).
Dios aborrece, pues, todo lo que llena la actualidad (conflictos, guerras, mentiras…). Además, el ser humano, debido a lo que es, no puede obrar de acuerdo con el pensamiento de Dios. Es gobernado por su corazón malo, por la buena opinión que tiene de sí mismo y por su tendencia a elevarse por encima de los demás. A menudo es el juguete de Satanás. Crucificando a Jesús, el único justo, los hombres mostraron de qué son capaces.
Los líderes de la época declararon: “Nada digno de muerte ha hecho este hombre” (Lucas 23:15). Sin embargo, Pilato, bajo la presión de la multitud y para preservar su puesto de gobernador, lo entregó para ser crucificado. “¿Acaso el que aborrece la justicia debe gobernar? ¿O al Justo y al Poderoso querrás tú condenar?” (Job 34:17, V.M.). No obstante, fue lo que sucedió hace un poco más de 2000 años. Dios permitió esto porque Cristo, el único justo, debía llevar el castigo que nosotros merecíamos. En la cruz Jesús fue hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Fue “hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13). Hizo todo esto para que seres aborrecibles -lo que nosotros éramos- se convirtieran, por la fe en el amor de Cristo, en hijos de Dios, hechos capaces de agradarle (1 Juan 3:1).
Josué 9 – Hebreos 10:1-18 – Salmo 129 – Proverbios 28:5-6