Dios aborrece el pecado que nos separa de él (Isaías 59:1-2). En su Palabra declara que todos somos pecadores: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El pecado, palabra que hace reír a muchas personas, es una acción, un sentimiento o pensamiento contrario a lo que Dios ordena. En particular, es desobedecer a las leyes divinas reveladas, haciendo lo que es malo o injusto a los ojos de Dios (1 Juan 3:4; 5:17). La Biblia también habla de los pecados que consisten en no hacer lo que es justo (Santiago 4:17). Generalmente el pecado conlleva una falta de amor, porque la ley divina se resume en un mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Romanos 13:9).
Así, aunque es posible vivir toda una vida sin cometer un crimen o un adulterio, o incluso sin robar ni engañar voluntariamente, sin embargo, todos nosotros hemos pecado. En nuestro corazón, en lo más profundo de nosotros mismos, nace el pecado, consecuencia de alguna codicia. Luego se produce el acto malo llamado pecado.
Pecar es oponerse a las normas perfectas de Dios, quien es santo, aborrece el pecado y juzgará todo mal. Pero Dios también es amor. Él ama a los pecadores aunque nos parezca imposible. La Biblia lo confirma: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Y Dios perdona al que, reconociéndose pecador, acepta la salvación y la gracia que se ha manifestado “a todos los hombres” por medio de Jesucristo el Salvador (Tito 2:11).
Josué 7 – Hebreos 9:1-14 – Salmo 127 – Proverbios 28:1-2