Jeremías fue un profeta enviado por Dios en una época sombría de la historia de Israel. El estado moral del pueblo era muy triste, y el juicio de Dios inevitable. Su misión era difícil, porque debía anunciar mensajes solemnes. Pero lo hizo fielmente a pesar de la oposición que encontró. Jeremías amaba a su pueblo, y sufría aún más porque el pueblo menospreciaba sus exhortaciones y se alejaba cada vez más de Dios.
Su actitud contrasta con la de Jonás en otro tiempo, quien se enojó porque el juicio que había anunciado no se ejecutaría.
Jeremías, aunque maltratado por hacer el bien, era un hombre fiel a Dios. Pero, perdiendo de vista al Dios a quien servía, se dejó sumergir por el dolor (Jeremías 20:14-18). Todo se oscureció, y llegó a lamentar haber nacido… Bajo el peso de las circunstancias, la mirada de este hombre de fe se desvió un momento de su Dios, y se desanimó. Pero Dios levantó a su siervo y le dio las fuerzas necesarias para cumplir su tarea hasta el final.
Para nosotros es muy reconfortante hallar en la Biblia la historia de esos creyentes de otros tiempos, sin ocultar los episodios más dolorosos. En efecto, Dios no los condenó; al contrario, cada vez les dio una nueva energía para avanzar. Cristianos, si atravesamos momentos difíciles, si pensamientos negativos nos invaden, acordémonos que nuestro Dios siempre es el mismo. ¡Él pagó muy caro por nosotros, por lo tanto, no nos abandonará en el camino!
Deuteronomio 23 – Juan 13:21-38 – Salmo 119:73-80 – Proverbios 26:13-14