La vida incluye una sucesión ininterrumpida de decisiones que debemos tomar. Estas pueden concernir al presente, es decir, a nuestros pequeños problemas cotidianos; o, al contrario, pueden comprometer el futuro, acarreando consecuencias trascendentales durante toda la vida, y peor aún, respecto al futuro eterno.
Si usted no conoce a Dios, es semejante a un viajero que llega a una encrucijada. Ante usted se abren dos caminos entre los cuales debe elegir. Su apariencia puede ser engañosa. Ancho es el camino que conduce a la perdición, y estrecho el sendero que lleva a la vida (Mateo 7:13-14). El camino ancho parece mucho más fácil, y es tranquilizador hallarse en gran compañía. No exige ningún renunciamiento; al contrario, satisface nuestros deseos, nuestras codicias, pero… conduce a la perdición.
¡Escoja el camino que conduce a la vida! Es estrecho, y para tomarlo es preciso abandonar toda pretensión a parecer justo ante Dios, dejar de lado nuestro orgullo y aceptar a Jesucristo como nuestro único Salvador. Esta decisión vital está ante nosotros:
– Por una parte, se halla el camino que conduce a Dios, pero es necesario reconocer que necesitamos de Su gracia.
– Por otra parte, está el camino que aleja definitivamente de Dios. Quizás usted no quiera pronunciarse al respecto. Entonces su decisión está tomada. Va por el camino que lo lleva lejos de Dios, a la muerte eterna. Escoger el buen camino es escoger la vida, es escoger a Jesús.
Deuteronomio 5 – Juan 4:31-54 – Salmo 115:9-18 – Proverbios 25:4-5