“En mi infancia, mi padre, no practicante, me presionaba a ir a la iglesia. Cuando llegué a cierta edad, no encontré allá ninguna respuesta satisfactoria a las preguntas importantes de mi vida. Entonces me volví a la filosofía. Luego, el consumo de droga suave durante años me condujo a un hospital siquiátrico.
En ese momento Dios comenzó a hablarme. Encontré al Señor en mi cama de hospital, cuando estaba en el fondo del abismo. Él me abrió los ojos y yo le abrí mi corazón entregándole toda mi vida para que viniera a morar en mí. Por primera vez en mi vida invoqué el nombre de Jesús pidiéndole que me ayudara.
Ese día experimenté por primera vez la autoridad y el poder que hay en el nombre del Señor Jesús. Él me liberó de la droga que me atormentaba, y me mostró el camino a seguir. Supe que había sido perdonado y salvado porque la carga de mi pecado, que pesaba tanto sobre mi conciencia, me fue quitada por el mismo Señor Jesús. Me sentí aliviado, feliz, libre; nadie podía quitarme este gozo, esta paz y esta felicidad que acababa de recibir a través de esta nueva vida. Seguidamente, el Señor me llamó con mi esposa a su servicio en un ministerio que cumplimos actualmente, felices de hacer su voluntad”. Léandre
“Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas… porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día… De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad” (Salmo 25:4-7).
Deuteronomio 7 – Juan 5:24-47 – Salmo 116:12-19 – Proverbios 25:8-10