Hace algún tiempo el presidente de Francia otorgó la gracia a una mujer que había sido condenada por asesinato. Esta decisión fue objeto de muchas discusiones. Un sindicato de magistrados se levantó contra “ese presidente que no respetó la institución judicial”. Aquí tenemos un gran dilema: ¿Podemos conciliar la gracia y la justicia?
Para los hombres es imposible, pero Dios lo hizo. Yo era un pecador y había ofendido a mi Creador de muchas maneras… ¡debía pagar mi deuda! Pero era incapaz. La suma de dinero más grande o la condena más larga no habrían bastado. ¡Lo único que yo merecía eran los tormentos eternos, lejos de Dios!
Entonces Jesús, el Hijo de Dios, se ofreció para ser condenado en mi lugar. Estaba calificado para hacerlo, pues no tenía pecado. Él nunca había pensado ni hecho nada malo, por lo tanto no tenía que pagar nada por sí mismo. Se entregó voluntariamente, porque me amaba y quería salvarme. Justo antes de la crucifixión, en Getsemaní, aceptó llevar sobre sí mismo todos mis pecados; sufrió una angustia terrible al pensar en el castigo que soportaría por parte del Dios santo. Pero esto no lo detuvo; fue hasta el final, y llevó mis pecados en su cuerpo, clavado en la cruz (1 Pedro 2:24). “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
Si Dios me perdona, si me otorga su gracia, no es en detrimento de su justicia, sino porque creí que Jesús llevó y pagó el castigo que yo merecía.
Joel 2 – Marcos 14:53-72 – Salmo 60:1-5 – Proverbios 15:25-26