“María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron:
– Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo:
– Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.
Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.
Jesús le dijo:
– Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el hortelano, le dijo:
– Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo:
– ¡María! Volviéndose ella, le dijo:
– ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)”.
La primera persona que fue al sepulcro esa gloriosa mañana de la resurrección fue María Magdalena, esa mujer de la cual el Señor había echado siete demonios (Marcos 16:9). Pero la piedra del sepulcro ya estaba quitada. María anhelaba tanto volver a ver a su amado Señor (v. 13), que Jesús no pudo dejar semejante afecto sin respuesta. ¡Y ella recibió mucho más de lo que esperaba! Fue un Salvador vivo el que se acercó a ella, la llamó por su nombre y le encargó la misión de anunciar a sus “hermanos” que la cruz, lejos de haberlo separado de ellos, era la base de vínculos completamente nuevos e inestimables: su Padre llegó a ser nuestro Padre, y su Dios, nuestro Dios.
Isaías 56-57 – Marcos 10:1-31 – Salmo 55:16-23 – Proverbios 15:7-8