“Tenía un inmenso vacío en mí, un vacío tan grande que caí en una profunda depresión.
– Para mí Dios no existía como tal, pues pensaba que él era simplemente aquello que me permite vivir: aire, sol, agua y alimento.
– Jesús hablaba de amor, pero para mí, solo era un hombre.
– Para mí, la Biblia era un libro como los demás, del ámbito de la fantasía.
Yo era militar. En cierta ocasión, después de una noche en el bar de mi regimiento, un compañero me habló del Evangelio. Aunque estaba un poco ebrio, reflexioné sobre ello durante la noche. Al día siguiente, cuando regresaba a casa para pasar el fin de semana, llevé a un autoestopista; luego él me invitó a beber algo. Entramos en un café cristiano justo cuando se terminaba una reunión de evangelización. Después de conversar con el predicador me di cuenta de que Dios me llamaba, pues no creía en el azar. Fue allí donde sentí y comprendí la necesidad de cambiar. A menudo mi compañero me hablaba del Evangelio, y juntos asistimos a reuniones semanales para estudiar la Biblia. En agosto del mismo año empecé a ir a una congregación cristiana de mi pueblo; allí fui bautizado a principios del siguiente año. El Señor cambió todo en mí. Hace 30 años que le pertenezco, y aunque la vida no siempre ha sido fácil desde entonces, no me arrepiento de haberlo aceptado como Salvador”. V.G.
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:16-17).
Éxodo 23 – Hechos 17:1-15 – Salmo 32:1-4 – Proverbios 11:11-12