Justo es el Señor en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras. Cercano está el Señor a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras. Cumplirá el deseo de los que le temen.
Jesús estaba en Capernaum, en una casa donde era recibido frecuentemente. No podía permanecer desapercibido, pues la multitud se agolpaba y no había suficiente espacio para que los que tenían verdaderas necesidades pudiesen entrar.
Entonces le trajeron un paralítico, un hombre incapaz de acudir a Jesús por sí solo; cuatro personas se pusieron de acuerdo para llevarlo a él. Era imposible entrar por la puerta debido a la muchedumbre. ¡No había problema; pasarían por el techo! La fe nos vuelve ingeniosos y nos anima. Muchos se hubiesen rendido, pero esos cuatro hombres querían cumplir con su objetivo. ¡Qué bello ejemplo de amistad, abnegación, confianza recíproca y perseverancia!
Lo que escucharon fue más allá de lo que el enfermo podía esperar: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Un buen médico no se conforma con calmar los dolores de su paciente, ni haciendo que la fiebre le baje, sino que hará un diagnóstico y curará no solo los efectos de la enfermedad, sino la enfermedad misma. ¡Esto es lo que Jesús hace! La causa de todo el mal de la humanidad se llama pecado, y para recordárnoslo, Jesús se ocupó primeramente de este problema al curar al paralítico. Cuando nos acercamos a Jesús, sus respuestas van más allá de la débil medida de nuestra fe. El enfermo quizá se hubiese conformado con la curación de su cuerpo, pero el Salvador es rico en misericordia. Ante todo, ¡cura el alma!
Abdías – Marcos 3 – Salmo 49:10-15 – Proverbios 14:17-18