La Declaración de los Derechos del Hombre es un documento capital en la historia de Francia y del mundo. Las grandes nociones de libertad, de respeto a las diversas opiniones, de igualdad ante la ley, que hoy nos parecen evidentes, hace más de dos siglos no lo eran en absoluto.
Su introducción afirma que «la ignorancia, el olvido o el menosprecio a los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas». Pero hacemos la siguiente pregunta: ¿No estamos olvidando aún más los derechos de Dios? Pues, esta ignorancia y el desprecio a Dios son precisamente la primera causa de las desgracias de la humanidad.
Sí, Dios tiene derechos, y a menudo son despreciados. Son los derechos de Aquel que creó al hombre. Dios también estableció leyes morales que mandó escribir en la Biblia. Su objetivo es unir la felicidad de la criatura al honor debido al Creador. En estas leyes muchas personas solo ven un ataque a su libertad; un ejemplo de ello son las leyes que tienen que ver con el matrimonio y la familia. Pero Dios también tiene derechos ligados a su amor. Para salvar a los hombres esclavizados por el pecado, “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). Semejante don da a Dios derechos sobre aquellos a quienes ama, es decir, sobre usted y yo. ¿Los reconocemos?
“Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14).
Ezequiel 41 – 1 Pedro 4 – Salmo 45:10-17 – Proverbios 14:1-2