Desde el punto de vista humano, el valor de una persona es muy variable. Los grandes clubes de fútbol están dispuestos a gastar cantidades exorbitantes de dinero para comprar un jugador. Por otro lado, algunos tiranos masacran sin escrúpulos a hombres, mujeres y niños, como si su vida no valiese nada.
Jesús mismo fue estimado en treinta piezas de plata, es decir, el precio de un esclavo. Fue el dinero que Judas recibió por haberlo entregado a los jefes religiosos. Un profeta resumió este vil acto con estas palabras: “No lo estimamos” (Isaías 53:3). Este profundo desprecio y odio dieron como resultado la crucifixión de Jesús.
Los hombres son responsables de su muerte. Pero en la cruz, Jesús pagó con su vida el inmenso precio para salvar al hombre. ¡Él sufrió el abandono, la ira de Dios contra el pecado, la muerte! Jesucristo “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). Los creyentes fuimos comprados a gran precio: la vida de Cristo, su sangre derramada en la cruz. “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19). Dios aceptó este sacrificio, que responde perfectamente a su santidad y a su justicia. ¡No rechacemos su gracia! El precio que pagó para salvarnos está a la medida de su amor: es infinito.
Seamos conscientes del valor que tenemos ante sus ojos, y tratemos de agradarle.
Ezequiel 37 – 1 Pedro 1:1-12 – Salmo 44:1-8 – Proverbios 13:16-17