Oímos decir a menudo: «Creo a mi manera», o: «Tengo mi religión». Es una respuesta fácil para eliminar las preguntas de fondo. Cada uno se inventa una religión personal que no le molesta mucho, sino que más bien le complace. Así, un criminal de guerra decía que creía en un dios «que no juzgaba el pecado y que no condenaba a nadie».
Es peligroso basarse en sus propias opiniones sin tratar de saber qué piensa Dios.
Caín y Abel eran dos hermanos que creían en Dios. Ambos quisieron ofrecerle una ofrenda: Abel ofreció unos corderos de su rebaño; Caín se acercó a Dios «a su manera», con frutas y verduras de su huerto, sin duda los mejores que él mismo había cultivado. Sin embargo, Dios no aceptó su ofrenda, pues Caín no tuvo en cuenta lo que Dios había dicho: “Maldita será la tierra” (Génesis 3:17). El único sacrificio aceptable era un cordero que anunciaba “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), es decir, el sacrificio de Jesús para salvar a los hombres.
¿Qué pensaría usted de una persona que pidiese una entrevista con un jefe de Estado y no respetase el protocolo? ¿Sería recibida? En la Biblia Dios nos muestra cómo acercarnos a él de forma sencilla: por medio de su Hijo Jesucristo, no mediante nuestras obras, por muy buenas que sean. “Nadie viene al Padre, sino por mí”, declaró Jesús (Juan 14:6).
“Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2).
Ezequiel 34:11-31 – 2 Tesalonicenses 1 – Salmo 42:1-6 – Proverbios 13:11