El capítulo 20 del evangelio de Juan abre una nueva era: ¡Cristo resucitó! El día llamado “el día siguiente del día de reposo” pasó a llamarse “el primer día de la semana”. Jesús no sería más el que caminaba hacia la cruz, sino el que venció a la muerte, el Hombre resucitado.
Ese mismo día, cerca de su tumba, halló a una mujer llorando. Él la llamó por su nombre, la consoló y le confió un mensaje conmovedor, lleno de esperanza: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:11-17).
Llenos de tristeza, dos discípulos partieron de Jerusalén y se dirigieron a un pueblo llamado Emaús. Jesús se acercó a ellos y les habló de su muerte y de su gloria (Lucas 24:25-27). Más tarde dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (v. 32).
La noche de ese mismo día, los discípulos se reunieron en un lugar y cerraron prudentemente las puertas. “Vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:19-20). Jesús les trajo la paz, paz que hizo “mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20), y que va acompañada de un gozo incomparable.
Ese mismo día Jesús también tuvo un encuentro con Pedro (Lucas 24:34), aunque la conversación que el Maestro tuvo con su discípulo que lo había negado permaneció en secreto. ¡Sí, Jesús está vivo!
Ezequiel 33:1-20 – 1 Tesalonicenses 4 – Salmo 41:1-6 – Proverbios 13:7-8