Para sus discípulos, Jesús era el Mesías que debía reinar en toda la tierra. Varios profetas lo habían anunciado. Sin embargo, Jesús servía a su criatura. Aún más, había anunciado a sus discípulos su rechazo por parte de su pueblo, sus sufrimientos, su muerte y su resurrección. Pero su rechazo no ponía en duda sus glorias futuras de Rey de reyes. Entonces Jesús desveló su
En la montaña, su rostro resplandeció como el sol; pero en la cruz, su rostro fue desfigurado más que el de cualquier otro hombre (Isaías 52:14). En la montaña, sus vestidos se hicieron blancos como la luz; en la cruz, los soldados echaron suerte sobre sus vestiduras. En la montaña, Moisés y Elías aparecieron hablando con Jesús. En la cruz fue crucificado entre dos malhechores, mientras sus conocidos se mantenían a distancia (Mateo 27:35, 38; Lucas 23:49). En la montaña una nube de luz los cubrió. En la cruz, hubo tinieblas sobre toda la tierra. Por último, en la montaña, Dios rompió el silencio: una voz desde la nube dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”; en la cruz, el silencio de Dios, por esto al final de las tres horas de tinieblas, “Jesús clamó a gran voz, diciendo… Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:45-46).
Adoramos a nuestro Señor Jesús por su sacrificio en la cruz. Le adoramos por su gloria: ¡ahora está resucitado, sentado a la diestra de Dios en el cielo!
Ezequiel 32 – 1 Tesalonicenses 3 – Salmo 40:13-17 – Proverbios 13:5-6