Crucificando a Jesús, los hombres mostraron la maldad de sus corazones, pero al mismo tiempo Dios manifestó su amor hacia nosotros dejando que su Hijo sufriese el castigo que nosotros merecíamos.
Como Jesucristo dio su vida por nosotros, Dios nos perdona y nos da la vida eterna. Es un don que aceptan felices todos los que creen en él.
Pero el ser humano tiene la capacidad (y la responsabilidad) de decir sí, o no, a Dios; y si rechaza voluntariamente la salvación que Dios le ofrece, está perdido y sin esperanza. “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Es inaudito que una persona sensata pueda rechazar esta oferta de Dios. Sin embargo, ¡son muchos los que la rechazan o son indiferentes! Seamos conscientes de este rechazo, pues no solo nos priva del regalo más valioso, sino que constituye una ofensa hacia el Dador.
Solo Jesús puede liberar a una persona de las terribles consecuencias de sus pecados. No reconocerse pecador y culpable es rechazar la salvación que Dios nos ofrece; es exponerse al castigo eterno y asumir solo la responsabilidad.
Hoy todavía es tiempo, diga sí a Dios ahora mismo. ¡Y no olvide agradecerle!
“Él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano. Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto” (Salmo 95:7-8).
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Levítico 11:29-12:8 – Romanos 8:18-27 – Salmo 66:1-7 – Proverbios 16:15-16