Un velero solo puede avanzar si la vela está desplegada. Pero si no lo está, no por ello el viento deja de soplar. La fe es como la vela que el hombre tiene que desplegar para recibir el soplo de la gracia de Dios.
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Para un navío es normal estar en el agua, pero está en peligro y naufraga si el agua penetra y poco a poco lo llena. Del mismo modo, para el cristiano es normal estar en el mundo, pero si el mundo entra en él y toma posesión de su corazón, su vida espiritual está en peligro.
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Es imposible vivir sin agua. Pero el que es hundido por el agua, pierde la vida por falta de oxígeno. Así, es necesario echar mano de los recursos útiles para vivir en este mundo. Aunque el mundo es el lugar donde Dios nos colocó, no es para que nos ahoguemos en él, para que nos instalemos en él, o para que nos volvamos esclavos de los placeres que nos ofrece. Todo lo contrario, el cristiano es como una roca que emerge del agua, que está en pie gracias a la fe y a la oración, que es la respiración del alma.
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Un barco sin timón o sin brújula, tarde o temprano terminará encallado en algún lugar. La brújula nos indica el camino, y el timón permite seguir esa trayectoria. La Palabra de Dios fija el rumbo del cristiano, y el Espíritu Santo lo dirige en medio de las olas y las corrientes
Isaías 66 – Marcos 14:1-25 – Salmo 59:1-7 – Proverbios 15:21-22