Paseando por el bosque me encontré con un hombre de avanzada edad, quien me dijo: -¡Qué maravilla esta naturaleza! Yo le respondí: -Sí, nuestro Dios es grande, maravilloso, y también nos da el regalo de la vida.
– Ah, estoy más cerca del fin que usted… Pero espero que Dios sea indulgente… ¡Además, desde hace muchos años participo en las actividades de mi iglesia!
– ¿Piensa que así obtendrá la gracia divina, su acceso a la presencia de Dios? Nuestras obras no bastan para eso…
– ¡Oh!, ¿qué está diciendo?
– Que solo la justicia de Cristo puede abrirnos las puertas del cielo. Esta justicia es dada a todos los que creen en el valor de su sacrificio en la cruz.
La actitud de mi interlocutor cambió. Y cuando añadí: -Incluso un hombre como Albert Schweitzer, el médico de la selva en Lambaréné (Gabón, África), estaría perdido sin Cristo… respondió con vehemencia: -Alguien que hizo tanto bien como él no necesita salvación, pues ganó su lugar en el cielo.
Le di un tratado evangélico, y se fue molesto.
Seis meses más tarde, en el centro de la ciudad, un hombre se me acercó:
– ¿Me reconoce? Nos vimos el verano pasado en el bosque.
– ¡Claro, he orado a Dios por usted!
– Lo que usted dijo es verdad, si alguien no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Juan 3:3). Ahora creo que Jesucristo es el único camino que lleva al cielo.
Isaías 45 – Marcos 6:1-29 – Salmo 51:1-5 – Proverbios 14:27-28