Al hombre le gusta creerse independiente, imaginar que es libre. Piensa que puede hacer lo que quiere, ir a donde quiere y decir lo que quiere. Recordamos el eslogan: “Está prohibido prohibir”. ¡Como si con decir esta frase sus autores fuesen libres! El hombre sigue siendo esclavo de sus pasiones, de sus deseos desenfrenados y de su incurable orgullo. Es esclavo sin darse cuenta, se engaña a sí mismo. Así, por ejemplo, la infidelidad conyugal será considerada como una fuente de realización, los insultos como una libertad de expresión, la violencia como la legítima defensa, la deshonestidad como justa con respecto a las personas que tienen dinero… y podríamos continuar la lista.
Dios nos vio bajo esta esclavitud de la mentira. Vino a nosotros en la persona de Jesucristo para liberarnos. Mediante la fe en él y en su sacrificio, el que recibe a Jesús en su corazón pierde toda ilusión sobre sí mismo y recibe una vida nueva. Entonces descubre que es posible hacer lo que la Biblia enseña, de corazón y con gozo, sin frustración ni amargura. ¡Esta es la verdadera libertad que Dios nos propone!
Jesucristo, el único que solo hizo el bien, vivía en una libertad total. Sirvió libremente a los demás y dio su vida libremente por ellos. Lo hizo por amor a su Padre y a nosotros, para librarnos del juicio de Dios, que es la consecuencia de nuestras malas acciones. Nos abrió un camino de libertad, en el cual podemos hacer lo que agrada a Dios sin ninguna restricción.
Isaías 3-4 – Gálatas 1 – Salmo 37:35-40 – Proverbios 12:19-20