Es la historia de una viuda que vivía cerca de Sidón, en la época del profeta Elías (1 Reyes 17:9-16). La hambruna se había extendido por todo el país. Esta mujer se había quedado sin recursos y no podía seguir alimentando a su único hijo. Le quedaba un poco de harina en una tinaja y un poco de aceite en una vasija. La viuda iba a recoger leña para cocer el último pan. Lo comerían y luego morirían de hambre. ¡No tenía nada más que esperar de la vida!
Cuando estaba recogiendo la leña apareció el profeta y le pidió que le diese de comer. Ella le contó su triste situación, pero él insistió: “Hazme a mí primero… una pequeña torta” (v. 13). La mujer obedeció al profeta de Dios y, como él se lo había prometido, el milagro se produjo. La harina no se agotó y el aceite no faltó. La viuda, su hijo, su casa y el profeta fueron alimentados hasta el final de la hambruna.
Quizás estemos, como esta viuda, en una situación aparentemente desesperada. Ya no aguardamos nada de la vida. Pensamos que no hay más esperanza, pronto llegará la muerte…
Pero todavía queda un puñado de harina y un poco de aceite (v. 12), recursos que nos parecen muy insuficientes. Sin embargo, hagamos como esta viuda, utilicemos lo poco que nos queda dando a Dios el primer lugar y depositando nuestra confianza en él. Dios se interesa por las viudas y los huérfanos. Él es poderoso para transformar nuestros pocos recursos en una abundancia suficiente para responder a nuestras necesidades y a las de nuestros allegados (2 Corintios 9:8).
Éxodo 38 – Hechos 26:19-32 – Salmo 37:1-7 – Proverbios 12:9-10