Salomón era un rey de la Antigüedad extremadamente rico, no se privó de nada. También era un sabio que reflexionaba sobre el sentido de la vida en la tierra. En el libro del Eclesiastés hallamos sus experiencias y sus reflexiones. Como un triste estribillo, la palabra “vanidad” llena este libro. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2), es decir, fútil, que solo tiene un valor ilusorio.
El apóstol Pablo había trabajado duro para predicar el Evangelio. Cuando fue mayor, casi todos sus amigos lo abandonaron, y sus enseñanzas fueron descuidadas. Pablo estaba encadenado en lo profundo de una cárcel romana debido a su fe, pero era feliz. Y escribió: “Regocijaos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4).
Salomón sintió amargura y una gran insatisfacción. Pablo no sintió nada de eso, al contrario, experimentó un verdadero gozo interior, duradero y profundo.
Dios sabe escoger a sus portavoces: “Regocijaos” en la boca de un rey rico no habría sido muy convincente. “Vanidad de vanidades” en la boca de un prisionero desanimado hubiese sido muy comprensible. ¡Lo curioso es que el que reconoce su insatisfacción es el rey, y el prisionero es feliz!
Salomón buscó la felicidad en la tierra, y fue decepcionado. Pablo encontró su gozo en Jesucristo, quien subió al cielo. Ese prisionero nos da el secreto de su felicidad: “Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor… y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).
Éxodo 32 – Hechos 21:37-22:21 – Salmo 35:1-8 – Proverbios 11:29-30