A veces es más fácil, y sobre todo mucho más gratificante, ayudar que recibir ayuda. Ayudar a otra persona me hace sentir bien y a menudo me produce satisfacción personal. Por otro lado, el hecho de que alguien me ayude me coloca en una posición de dependencia, o incluso de inferioridad. Aceptar la ayuda de alguien no siempre es fácil.
Sin embargo, esta fue la posición que Jesús adoptó cuando pidió de beber a la mujer samaritana que encontró en el pozo de Sicar. ¡Aunque él es el creador del cielo y de la tierra, y no necesita a nadie! Además, conocía el triste pasado de esta mujer y sus dudas, pero no la despreció. Prefirió entablar una conversación con ella y ganar su confianza pidiéndole ayuda. Y fue precisamente esta actitud la que abrió una puerta en el corazón de esa mujer. Estaba tan sorprendida por el comportamiento de este desconocido que, en lugar de responder a su petición, le interrogó. Entonces, en el transcurso de la conversación, descubrió lo mucho que lo necesitaba.
Cristianos, no pensemos hablar de Jesucristo a nuestro prójimo imponiéndole nuestras certezas. Más bien, sigamos el ejemplo de nuestro Maestro; sepamos ir al encuentro de los demás aceptando compartir con ellos nuestras necesidades, con dulzura y humildad. Esto nos dará la oportunidad de hablar de nuestro Señor y de su inmensa gracia.
2 Reyes 15 – Efesios 3 – Salmo 71:1-6 – Proverbios 17:9-10