En junio de 2017, al presidir las ceremonias del aniversario de la masacre de los aldeanos de Oradour-sur-Glane en 1944, el presidente francés declaró: «El único baluarte contra la locura asesina es nuestra conciencia».
Esta facultad nos permite discernir entre el bien y el mal. El hombre la adquirió cuando decidió desobedecer a Dios y escuchar a Satanás: “El día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Al dejarse seducir, el hombre se convirtió en una criatura responsable de sus actos, capaz de distinguir entre el bien y el mal. Sin embargo, ¡cuántos actos de maldad, robos y crímenes se cometen en el mundo! Aunque se supone que conocemos el bien, tenemos la tendencia a hacer el mal. Nuestra conciencia se siente incómoda con el mal, y en esto es un freno, pero ella no nos da la fuerza para evitar hacer lo malo.
Nuestra desobediencia a Dios corrompió nuestro ser interior. Debemos confesar esto ante él. Si creemos en Jesucristo, en su muerte en la cruz, y lo aceptamos como nuestro Salvador, recibimos una nueva vida capaz de discernir lo que es bueno, lo que agrada a Dios. “Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré” (Hebreos 8:10).
Por otra parte, el Espíritu de Dios da fuerza a esta nueva vida: “Que (el Padre) os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16). Entonces el creyente puede evitar el mal y hacer el bien con la ayuda divina.
“Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Romanos 12:9).
2 Reyes 5 – Romanos 11:1-24 – Salmo 68:1-6 – Proverbios 16:23-24