En un debate sobre la película «Las recetas para la felicidad», un participante dio su punto de vista personal: «No creo que haya una receta en particular, la felicidad está hecha de bienestar, de pequeños detalles; creo que es más fácil hablar de desdicha que de felicidad». Esta afirmación muestra cierta incomodidad en su autor. Con ella puede entenderse que él nunca ha experimentado nada mejor que pequeñas satisfacciones sin futuro. Sin embargo, la palabra «felicidad» evoca algo más que placeres efímeros que no llenan el corazón de forma permanente.
La Biblia nos dice que el “Dios bendito” (1 Timoteo 1:11) quiere comunicar su felicidad a todos los que sienten el vacío y la futilidad de la vida en la tierra. La felicidad del paraíso original se perdió por la desobediencia de nuestros primeros padres, pero Dios nos destina al paraíso celestial y eterno. Jesús se lo prometió al malhechor arrepentido que fue crucificado junto a él, y lo promete a toda persona que le confiese sus pecados y acepte su perdón.
La felicidad del cristiano reside en el hecho de que sabe que Dios ha sido bondadoso con él y le ama como a su propio hijo.
No se conforme con las «pequeñas alegrías» halladas aquí y allá, sino confíe en Aquel que prometió: “Mis siervos cantarán por júbilo del corazón” (Isaías 65:14).
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32:1-2).
Daniel 2:24-49 – 1 Juan 1 – Salmo 78:1-8 – Proverbios 18:9-10