Temprano en la mañana, Esteban, Pablo y Marcos se subieron a sus bicicletas de montaña para dar un largo paseo por la sierra. Bajo el sol abrasador, sentían morirse de sed, pues sus botellas de agua ya estaban vacías.
¡De repente divisaron un pueblo! Seguro que allí encontrarían una fuente pública donde pudiesen saciar su sed y aprovisionarse de agua fresca. Desafortunadamente, la primera fuente que encontraron estaba seca, y el agua de la segunda no era potable. Felizmente, desde su casa, un lugareño vio la decepción de nuestros amigos y les ofreció el preciado líquido; además les dio algunas instrucciones sobre la ruta que debían seguir.
Esto nos hace pensar en otra sed, mucho más intensa que la de estos jóvenes ciclistas, y en la ausencia de fuentes para saciarla. ¡Cuántas personas sienten la necesidad de certeza, consuelo, ánimo, amor, esperanza o paz!
¿Qué respuestas pueden encontrar en las fuentes de este mundo, a principios del siglo 21? Los líderes políticos, los filósofos, los gurús o las estrellas son incapaces de responder a estas expectativas. Solo hay una respuesta a estas necesidades, y una fuente que puede saciar la sed. Como lo hizo en otro tiempo con la samaritana que encontró junto a un pozo, hoy el Señor Jesús quiere saciar su sed: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).
2 Reyes 25 – 2 Timoteo 2 – Salmo 76 – Proverbios 18:4-5