Los operadores de telecomunicaciones compiten en todo el mundo para instalar estructuras de acceso a internet. No solo tienen que equipar muchas regiones aún vírgenes, sino también aumentar la velocidad, la banda ancha y la capacidad de almacenamiento para mejorar la navegación. Así podemos «navegar» con tiempos de carga cada vez más reducidos. ¡Cuántos avances tecnológicos se han producido en los últimos años!
Sin embargo, hay un canal de comunicación que todos utilizamos muy poco: la banda ancha es ilimitada, el paquete es gratuito, la disponibilidad del interlocutor está garantizada 7 días a la semana, 24 horas al día. ¿Quién es el interlocutor? ¡Dios mismo! Él nos escucha: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Y sabemos que su voluntad es que todo hombre sea salvo (1 Timoteo 2:4).
Aún más, si conocemos a Dios como nuestro Padre, esta es una línea en la que podemos encontrar una respuesta a los temas fundamentales: felicidad, justicia, pero también una respuesta a nuestras preocupaciones y dificultades cotidianas.
Primero debemos dirigirnos a él reconociendo nuestra injusticia, nuestro pecado, y admitir simplemente que necesitamos a Jesús, el Hijo de Dios, como nuestro Salvador. Reconocerlo y aceptarlo nos permitirá utilizar constantemente nuestra “conexión” con Dios, para solicitar más y más sus infinitos recursos.
“Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice el Señor” (Jeremías 29:13-14).
2 Reyes 18 – Efesios 6 – Salmo 72:1-11 – Proverbios 17:17-18