El cristiano continuó la conversación:
–Las mismas Escrituras muestran su origen divino y la divinidad de Jesucristo.
–Leeré la Biblia. ¿Y qué más debo hacer?
–Orar.
–Pero no creo en Dios. ¿Por qué orar?
–Eso no es un obstáculo, pero tiene que ser honesto. Dios responde a quien lo busca sinceramente.
–¿Hay algo más que hacer?
–Pida a Dios que lo ilumine mientras lee. Actúe con la luz que él le da, y vaya al Señor Jesús para conocerlo como su Salvador personal.
–¿Eso es todo?
–Sí, no hay nada más que hacer. Pero, ¿promete seguir mi consejo?
–Lo intentaré…
Dos semanas después el joven volvió y contó al predicador:
–Después de nuestra conversación me fui a casa. Leí los textos que usted me indicó. Luego pedí a Dios, sencilla pero sinceramente, que me mostrara de forma clara si existía, que me probara que la Biblia es su Palabra, que Jesucristo es su Hijo y el Salvador de los pecadores. Mientras leía, oraba y pedía ser iluminado, de veras recibí la luz. Todo se aclaró para mí, de modo que finalmente respondí a la invitación de Jesús. Cansado y agobiado, acudí a él y encontré la paz interior.
Ahora sé que él me ama y que mis pecados son borrados por el poder de su sangre.
2 Reyes 14 – Efesios 2 – Salmo 70 – Proverbios 17:7-8