Un editorialista amante de las frases provocadoras escribió: «El Evangelio no se lee en la tercera persona del plural, sino en la segunda del singular». ¿Qué quiso decir con esto?
El Evangelio no es un relato histórico ni una doctrina religiosa, sino una noticia prodigiosa que Dios anuncia a todos. Habla al hombre a nivel personal. Se dirige a él de forma directa. ¿Qué atención presto a este mensaje divino? Cuando Dios me habla de su amor, ¿me siento incluido? ¿Puedo afirmar, como el apóstol Pablo, que el “Hijo de Dios” (una persona tan grande) “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (una persona tan insignificante)? (Gálatas 2:20). Por mí, como si yo estuviera solo entre millones de mis contemporáneos. Por mí, cuya historia conoce, una historia que está lejos de ser siempre brillante. Por mí, que he cerrado mis oídos a su voz durante tanto tiempo…
Sí, abramos nuestros oídos, y sobre todo nuestro corazón. Sintámonos interpelados. Leamos los versículos más asombrosos de la Escritura, por ejemplo, Juan 3:16, e introduzcamos nuestro nombre: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que ( … …) en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Dejemos que la Palabra de Dios actúe, experimentando que ella es viva y penetrante como una espada. ¡Dejémonos atravesar por ella! “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia” (Hebreos 4:12-13).
2 Reyes 7 – Romanos 12 – Salmo 68:15-20 – Proverbios 16:27-28