Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros.
– Su fuente está en el corazón de Dios. Allí encontró un motivo para amarnos. Él nos ama, no porque nosotros lo merezcamos, sino porque él es amor; amar es su esencia (1 Juan 4:8, 16).
– Su objetivo: Primeramente, su Hijo unigénito. Desde la eternidad, “el Padre ama al Hijo” (Juan 5:20). Y también ama a todas sus criaturas, a usted, a mí, a todos los seres humanos, incluso a los más pecadores. Dios es santo y aborrece el pecado, pero también es amor y ama sin condición. En su gracia, Dios quiere perdonar a todos los que reconocen sus pecados y se arrepienten.
– Su alcance: Toda la humanidad. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Sin embargo, algunos piensan: «Si Dios amara a la humanidad, ¿permitiría tanto sufrimiento e injusticia?». Pero esto es el resultado de la desobediencia del hombre a Dios. Su vida independiente de Dios lleva a la humanidad a la ruina, al sufrimiento y a la muerte.
El amor de Dios es perpetuo y no conoce obstáculos; al contrario, quiere extenderse a todos. Si el más grande de los pecadores va a Jesús reconociendo y confesando sus pecados, Dios lo perdona. Jesús, el amado Hijo de Dios, sufrió en la cruz el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados. La gracia de Dios se extiende a todos los que creen en él. El amor de Dios es inagotable. Jesús aún invita a ir a él: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37).