La niña israelita mencionada en 2 Reyes 5:1-5 tenía muchas razones válidas para permanecer discreta y en silencio. Separada de su familia, deportada, encarcelada, esclavizada, podría haber estado llena de amargura y resentimiento. Sin embargo, no perdió la oportunidad para hacer el bien.
Mostró su devoción: esta pequeña cautiva estaba al servicio de la esposa de Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, quien era leproso.
Demostró compasión. Lejos de considerar que la persona que la había esclavizado «merecía este mal», lejos de autocompadecerse por su triste suerte, fue sensible al sufrimiento de los demás y trató de ayudarlos. Ella dijo a su ama: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”. Y la esposa de Naamán escuchó a esta piadosa niña.
Con su fe esta jovencita mostró, además, otro carácter: no dudó del poder de Dios para sanar a Naamán a través del profeta. Por último, su sencillez es ejemplar. En pocas palabras dijo todo y presentó el medio de sanación.
Sencillez, claridad, fe, amor, devoción, todos los elementos de un testimonio creíble están presentes: Dios honró la fe de esta niña. Su historia se puede resumir en dos expresiones: lo que hizo y lo que dijo. Cristianos, jóvenes o mayores, recordemos esto: para que nuestro testimonio sea creíble, es necesario que nuestros actos precedan a nuestras palabras, y que nuestra vida refleje los caracteres de nuestro Señor Jesucristo.
Job 30 – Hebreos 12:1-11 – Salmo 132:8-12 – Proverbios 28:13-14