Las crisis que atraviesa el mundo actual a menudo son el resultado del egoísmo. Conflictos, guerras, sufrimientos, personas en algunos lugares del mundo que mueren de hambre, mientras otros derrochan. Todos estos desequilibrios empeoran, y parecen incorregibles. La Biblia nos muestra que el corazón del hombre es “engañoso” y “perverso” (Jeremías 17:9). Así, la evolución de la sociedad, el progreso o avance de las ideas, la liberalización de la moral y de las leyes, a menudo van en contra del orden establecido por Dios.
A la abolición de la noción de un Dios creador le sigue la descomposición de lo que Dios ha establecido: la relación entre el hombre y la mujer, el matrimonio, la familia… El creyente que quiere vivir según el pensamiento de Dios tropieza con el hecho de que las políticas actuales están impulsadas por lo que agrada a los hombres y no a Dios.
Jesucristo vino a este mundo corrompido. Como hombre perfectamente obediente a Dios, abrió un camino para que el hombre perdido conociera a Dios, su Padre. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Jesús fue rechazado y crucificado porque dijo la verdad. Pero mediante su muerte y su resurrección, ofrece la vida eterna a todo el que reconoce que su corazón es “engañoso” y “perverso”. Le da un perdón pleno, su paz, y la fuerza de vivir para él en contra de la corriente del pensamiento de este mundo.
Job 22-23 – Hebreos 9:15-28 – Salmo 128 – Proverbios 28:3-4