Aquejado de una grave enfermedad, G. Silwood, predicador en Inglaterra, estuvo postrado en cama durante años. Hacia el final de su vida, sus dolores fueron terribles, pero los soportó con gran paciencia, con la ayuda de Dios.
Cierto día un ateo le envió un texto que él mismo había escrito y titulado: ¿Quién es Jesús? Silwood le respondió:
«No tengo fuerzas para responder a todo lo que usted afirma sobre el Señor Jesús, y de hecho, no puedo responder bien la pregunta: ¿Quién es Jesús? Sin embargo, postrado en la cama por la enfermedad, puedo decirle lo que Jesús significa para mí.
Cada día experimento su consuelo, su ayuda y su protección en medio de todos mis miedos y sufrimientos, que serían insoportables sin él. En las noches de insomnio y los días de sufrimiento, mi Salvador, en su amor, siempre está a mi lado. Cuando estaba sano y activo, comprendí que él es lo que dice de sí mismo. Y ahora, en medio de la enfermedad y la debilidad, experimento, más que nunca, que Jesucristo es una persona real y viva.
Quiero hacerle una pregunta en respuesta a la suya. ¿Ha estado alguna vez, como yo, a un paso de la eternidad? Si es así, ¿ha encontrado usted el consuelo, el gozo y el descanso en su incredulidad, como yo los tengo ahora en el Señor Jesús? No puedo expresar con palabras lo que él es para mí en esta circunstancia. Incluso frente a la muerte, estoy feliz y en paz. ¿Puede usted decir lo mismo?».
Job 16-17 – Hebreos 7:1-17 – Salmo 124 – Proverbios 27:19-20