«¡El azar hace al maestro!». «¡Qué suerte!». Estas expresiones reflejan, consciente o inconscientemente, la idea de que Dios no interviene en nuestra vida cotidiana.
– Atribuir un acontecimiento feliz a una simple combinación de circunstancias no es un motivo para agradecer a Dios.
– Pensar que un problema o una adversidad provienen de la mala suerte es, de hecho, excluir a Dios de lo que nos sucede y negarnos a creer en sus promesas.
– Admitir que una dificultad cualquiera pueda producirse sin que Dios intervenga es negar lo que él es y lo que lo caracteriza: su omnisciencia, su poder, su amor, su sabiduría, su fidelidad.
La noción de casualidad se insinúa fácilmente en nuestra mente para hacernos evadir la necesidad de conocer a Dios y de tratar con él. Dios permite y dirige todo. “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?” (Lamentaciones de Jeremías 3:37). Dios tiene en sus manos nuestro destino, el de nuestro mundo y el del universo. El día del juicio, no será por casualidad que mi nombre esté escrito en el libro de la vida, para que yo sea admitido en el paraíso, lejos del tormento eterno. Si usted no tiene esta certeza, no espere hasta ese día para encontrarse con Dios. ¡Será demasiado tarde!
Dios existe. Acepte el hecho de que él se acerca a usted en Jesucristo, para liberarlo de sus dudas y darle la convicción de que tiene vida eterna, si cree en él.
Job 13-14 – Hebreos 5 – Salmo 122 – Proverbios 27:15-16