Seis meses pasaron después de la terrible noticia. La señora Brown vivía sola con su dolor. Oraba mucho, firmemente persuadida de que Dios, en su amor y misericordia, no había dejado morir a su hijo.
Jimmy había causado mucho dolor a su madre. Bebía y se burlaba de la fe cristiana.
Sin embargo, incluso después de saber cómo fue tragado por la ola, ella se negaba a perder la esperanza.
La víspera de Navidad recibió una carta cuya dirección estaba manchada y borrosa. Contenía un corto mensaje:
–Querida mamá, estoy vivo y pronto volveré a casa. ¡Alabado sea Dios! Él salvó mi cuerpo y mi alma. Tu hijo: Jimmy.
Ella puso la carta sobre la mesa:
–Sí, alabado sea Dios, porque para él todo es posible.
Esa misma noche llamaron a la puerta: ¡Era Jimmy! Había cambiado mucho, estaba pálido y delgado, pero en su mirada había una luz inusual. Esta es su historia: después de lo sucedido con la ola, se aferró a un gran palo y consiguió nadar durante varias horas hasta la orilla. Un pescador lo encontró, lo llevó a su casa y lo cuidó. Durante varias semanas se debatió entre la vida y la muerte. Finalmente, tras una larga convalecencia, trabajó para pagar su pasaje de regreso.
–¿Y cómo te salvó Jesús?
–Mamá, el Señor me habló bajo la ola. Recordé toda mi vida de pecado y clamé: “Señor, sálvame”. Y lo hizo.
Job 10-11 – Hebreos 3 – Salmo 120 – Proverbios 27:11-12