Los padres de un niño enfermo fueron al médico. En el camino, el padre dijo a su esposa: «Prefiero estar enfermo yo, y no nuestro hijo». Durante la consulta, el médico dijo: «Saben, no elegimos estar enfermos». En efecto, no somos dueños de las pruebas que nos sobrevienen a nosotros o a nuestros seres queridos, y tampoco podemos elegirlas o intercambiarlas.
Los creyentes de Galacia tuvieron el mismo deseo respecto al apóstol Pablo. Este padecía un serio problema de salud, quizás una afección ocular. Los gálatas amaban al apóstol, quien les predicaba el Evangelio, al punto que querían darle sus propios ojos. Pero esto era imposible. Más adelante, en la misma carta, el apóstol dice que “cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6:5). “El corazón conoce la amargura de su alma”, dijo Salomón (Proverbios 14:10).
Las pruebas no son canjeables, y nuestro buen Padre sabe lo que es “necesario” para cada uno (1 Pedro 1:6). En su sabiduría, él sabe todo y tiene en cuenta infinitamente más parámetros de los que nosotros podemos vislumbrar con nuestras mentes limitadas. Conoce todo, y en su soberanía puede interrumpir la prueba, darle una nueva forma o prolongarla. En su bondad nunca abandonará a quien pone su confianza en él, pues desea que experimente su presencia bienhechora.
El segundo versículo del encabezamiento nos invita además a ayudarnos unos a otros, con compasión y amor.
Job 6 – Juan 21 – Salmo 119:153-160 – Proverbios 27:5-6