«Antiguamente hubo un gobernador en la ciudad de Jerusalén. Así lo confirma el descubrimiento de un sello de hace 2700 años, cerca del muro de las Lamentaciones, en la vieja ciudad de Jerusalén. El Antiguo Testamento señala la existencia de tal gobernante, y la pieza de arcilla proporciona una prueba material».
Este artículo de un periódico de abril de 2018 llamó mi atención, pero mi fe y mis certezas no se basan en esas pruebas.
La gente siempre ha buscado pruebas. En la época de Jesús, los hombres exigían señales milagrosas. Algunos de los escribas y de los fariseos le dijeron: “Maestro, deseamos ver de ti señal” (Mateo 12:38). Para la mente humana, un milagro es una demostración de poder que puede llevarla a creer. ¡Pero Jesús nos conoce perfectamente! Por eso no se fiaba de los que creían solo por los milagros (Juan 2:24-25).
“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Es Dios quien nos habla en la Biblia. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Dudar de su Palabra es deshonrarlo. Por otro lado, creer lo que nos dice es mostrar nuestra confianza en él. “Cerca de ti está la palabra” (Romanos 10:8). Ella está a disposición de cada uno de nosotros, es accesible a todos. Debemos recibirla en nuestros corazones y vivirla, sin buscar pruebas que sean fruto de la sabiduría humana.
Job 4-5 – Juan 20 – Salmo 119:145-152 – Proverbios 27:3-4