Algunas personas dicen: «He perdido la fe», lo mismo que dirían: «He perdido mi cartera». Cuando uno pierde su cartera, no se contenta con decirlo, sino que hace todo lo posible para encontrarla. Se preocupa y la busca con insistencia.
Si usted cree que ha perdido la fe, también debería preguntarse. «¿Antes creía en Dios, y ahora ya no creo? Antes oraba, y ahora no lo hago, solía leer la Biblia, y ahora no la leo». ¿Me conformaré con esta simple constatación? ¡No, debo ir más lejos! Es necesario presentarme con sinceridad y sin miedo ante Dios, y pedirle su ayuda para hacer el balance de mi vida: «Oh Dios, ¿has sido realmente mi Dios? Sé que eres el Padre que Jesús anunció. Te he orado en su nombre. Me he unido a las oraciones de familiares y amigos cristianos. A veces te invocaba, pero seguías siendo un Dios distante para mí. Excepto en algunas situaciones en las que realmente necesitaba ayuda, y tú me respondiste…».
Si decimos que hemos «perdido la fe», debemos mirar nuestro pasado. Verifiquemos cuál ha sido exactamente nuestra relación con Dios (2 Corintios 13:5). Ir o volver a Dios es decirle: «No te conocía realmente», o: «Estaba lejos de ti». Y luego, con confianza, responder a sus llamados: “Vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isaías 44:22). “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
Job 2-3 – Juan 19:31-42 – Salmo 119:137-144 – Proverbios 27:1-2