Cuando las primeras personas se infectaron en China, en diciembre de 2019, nadie imaginaba lo que le esperaba al mundo. El coronavirus se propagó a una velocidad vertiginosa. No había forma de detenerlo. Cuanto más se acercaba, más nos invadía el miedo.
Cambio climático, ataques terroristas, virus y enfermedades… ¿Quién tiene el control? El miedo es provocado por una amenaza, que puede afectar nuestra vida, nuestra felicidad, nuestra salud, incluso nuestra existencia. Y aún más si se trata de un ataque que no podemos resistir. Pero ¿cuál es la verdadera causa del miedo?
Cuando la primera pareja humana infringió el mandamiento de Dios, el miedo se apoderó del corazón del hombre. Hasta ese momento habían tenido una relación feliz con su Creador, quien le hablaba en el frescor del día. Pero después de esa desobediencia, Adán y Eva se escondieron y tuvieron miedo (Génesis 3:9).
Para escapar de este miedo, podemos declarar que Dios no existe o tratar de ignorar nuestra culpa. Sin embargo, la muerte, la paga del pecado, es la mayor amenaza a la que todos nos enfrentamos. Nadie escapa a ella. La muerte no es un problema biológico que pueda resolverse con un tratamiento médico. Pero hay un más allá después de la muerte. Por supuesto, la fe en el Señor Jesús no nos hace inmunes al virus, pero nos libera de nuestros pecados, nos da la paz, el descanso para el alma, y la vida eterna. Dios es nuestro Padre, ya no tenemos miedo a su presencia y a su justicia.
Ester 9-10 – Juan 18:19-40 – Salmo 119:121-128 – Proverbios 26:25-26