Desde el comienzo de su formación académica, a los niños se les presenta la teoría de la evolución como un logro científico probado e indiscutible. Sin embargo, esta es solo una hipótesis, «una teoría en crisis», según el título del libro de Michael Denton, biólogo australiano.
Eliminemos de nuestra mente la idea de que la teoría de la evolución ha sido probada científicamente: las mutaciones que pueden observarse en la naturaleza o provocarse en el laboratorio solo conciernen a características secundarias. No se ha encontrado ningún rastro de la existencia de formas intermedias entre los grupos de seres vivos que demuestre una filiación entre ellos. Sobre todo, ningún científico ha sido capaz de imaginar un posible sistema de evolución que permita la existencia de la vida a partir de materias inertes. Para funcionar, todo ser vivo necesita, desde el principio, una estructura y unos mecanismos de una complejidad cuyas características extraordinarias se descubren cada día. Para que la vida exista y se desarrolle, no basta con que haya materia y energía en la naturaleza. Se requiere otro elemento fundamental: una red de información altamente sofisticada, que solo puede provenir de un ser infinitamente superior al hombre.
Por la fe, comprendamos que Dios es el autor de esta creación hecha para su gloria y para la felicidad de la humanidad. ¡Alabémosle por ello!
“Tuyos son los cielos, tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, tú lo fundaste” (Salmo 89:11).
Ester 8 – Juan 18:1-18 – Salmo 119:113-120 – Proverbios 26:23-24