«Desde ese día no he dejado de poner mi vida en las manos de Dios.
Iba a las reuniones cristianas todos los domingos para escuchar su Palabra y conocerlo. Primero leí todo el Nuevo Testamento. Fue increíble, ¡estaba descubriendo a Dios! Jesús había dado su vida por mí, mientras que hasta ahora yo muchas veces había sido rechazada, mancillada, despreciada.
Aprendí a hablarle por medio de la oración, sola o en grupo. ¡Cada vez recibía una paz tan profunda, tan verdadera, la que tanto había buscado toda mi vida!
El amor de Jesús me renovó. Renuncié a ciertas compañías, tuve cuidado con mi comportamiento, oré mucho por mí y por los demás. Leía la Biblia con mis hijas. Al reunirme con otros cristianos, ¡encontré el verdadero significado de la palabra «familia»!
Hubo otras pruebas, pero Dios me fortaleció. Mis hijas y yo hemos atravesado todo esto con él; él siempre ha estado cerca de nosotras, y nos ha restaurado. En mayo de 2010 me bautizaron, y fue un día de gran alegría. Dios es fiel, y puedo decir, después de 10 años de haber andado con él, que mi vida nunca ha sido la misma de antes.
Pase lo que pase, sean cuales sean las circunstancias de la vida actual, Jesucristo anda a mi lado, y estoy feliz de hablar de él a otras personas, para que todos puedan recibir ese mismo amor… Él no mira la apariencia, ni el color de la piel… ¡Él mira el corazón! ¡Qué maravilloso Salvador y Señor tenemos!».
2 Samuel 19:24-43 – Hechos 9:1-22 – Salmo 27:5-8 – Proverbios 10:20-21