«Cuando era niña, tuve la oportunidad de ir a la escuela bíblica. Mi maestra amaba a Jesús. Sus enseñanzas me llenaban de gozo. Nos aconsejaba orar al Señor, darle las gracias por su bondad, contarle nuestras preocupaciones, confesarle nuestros pecados y pedirle que nos llenase con su Espíritu. Estaba fascinada, pero a menudo pensaba que eso no era para mí. ¡Tenía la impresión de llevar un gran peso sobre mis hombros!
Pasaron los años y me alejé de esta enseñanza. En 2011, mi vida se sumió en el caos… La muerte de mi único hijo en circunstancias trágicas, seguida por la de mi madre, y luego un divorcio, todo en pocos meses… ¡Estaba desesperada, devastada! Entonces conocí a una cristiana. Ella me habló del amor de Dios, quien tiene cuidado de nosotros. Fui a reuniones en las que hablábamos de los problemas de la vida a la luz de la Biblia. Poco a poco fui confiando en Dios y en su Palabra. A veces la desesperación llegaba nuevamente, pero él permanecía a mi lado. Un día tuve una experiencia muy fuerte: mientras oraba, el Señor me liberó del peso que me aplastaba. Cuando me levanté, me sentí muy ligera, por fin podía mantenerme recta. A partir de ese momento creí realmente en el Señor Jesús. Puse mi vida en sus manos, y él se me reveló. Me ayudó a levantarme de mis desgracias, me curó de mis sufrimientos. Pero lo más importante: ¡Sé que fui perdonada por el mal que hice! Libre, ahora experimento cada día un poco más su amor por mí. ¡Él me llena de gozo!».
2 Samuel 13 – Hechos 5:1-16 – Salmo 25:1-5 – Proverbios 10:7-8