Para muchos de nuestros contemporáneos, las pruebas y el sufrimiento son el resultado de la mala suerte. Se encogen de hombros ante lo que consideran un mal inevitable, o evocan un castigo divino, sin entender la razón de ello, ni la naturaleza del mensaje que Dios les envía. A menudo utilizan estas desgracias como excusa para negar la existencia de un Dios amoroso.
Pero la Biblia nos dice que cuando la tragedia golpea a una persona, no significa necesariamente que haya cometido un mal en particular. Todos pasamos por las pruebas de la vida.
Muchos sufrimientos son la consecuencia de la elección que hizo el primer hombre, Adán, y todos nosotros después de él. Adán no creyó a Dios; no confió en su Creador. Su conducta fuera de la voluntad de Dios lo privó de la felicidad que Dios quería darle, y lo condujo al sufrimiento que la humanidad experimenta aún hoy. Reconozcamos el pecado de haber dado la espalda a Dios, y aceptemos el perdón que nos da por la fe en Jesucristo. Entonces su paz llenará nuestras vidas, a pesar de la adversidad.
La Biblia da otra perspectiva al cristiano: Dios utiliza el sufrimiento para hacernos más fuertes, para poner a prueba y resaltar nuestra fe, y a veces para detenernos en un camino equivocado. “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?” (Hebreos 12:7). Cuando la prueba llegue, preguntemos a nuestro Padre qué quiere enseñarnos, y confiemos en su constante amor.
2 Samuel 12 – Hechos 4 – Salmo 24:7-10 – Proverbios 10:5-6