Cody esperaba en la puerta de una iglesia donde ofrecían café, comida y la posibilidad de ducharse a los pobres. Una voluntaria se acercó a Cody y lo llamó:

–¡Señor! Cody se volvió y se encontró frente a Michelle, quien lo miraba fijamente a los ojos.

–Señor, repitió, tengo la impresión de que necesita que alguien le dé un abrazo.

Cody estaba atónito. Despeinado, con su barba desaliñada, la ropa sucia… ¿Que alguien me dé un abrazo? Lo negó sacudiendo la cabeza:

–Señora, huelo horrible.

–A mí no me huele mal, dijo ella, abrazándolo. Luego, mirándolo nuevamente a los ojos, le preguntó: ¿Sabe que Jesús lo ama?

Jesús no puede amarme, pensó Cody, soy un vagabundo, un drogadicto, un mal tipo.

–Jesús lo ama, repitió la mujer.

Incluso hoy, muchos años después, Cody no puede hablar de ese día sin que su voz se quiebre. «Ese fue el momento decisivo en mi vida, cuenta él. Fue como si me hubiera encontrado con Jesús, diciéndome: Cody, te amo. En ese momento de mi vida no tenía futuro, todo el mundo huía de mí, incluso era rechazado por los otros indigentes. Con ese simple gesto, Michelle me mostró la gracia de Dios, y algo sucedió en mi corazón. ¡Comprendí lo que es el amor de Dios! Una chispa de fe se prendió en mi corazón».