Cerca de una cama de hospital escuché a un enfermo hablando de su estado de salud y enumerando los diferentes tratamientos que se le administraban. Luego concluyó: Pero tengo confianza…
Esperé que dijera algo más, pero no fue así. Confianza, sí, pero ¿en quién o en qué? Ese enfermo, ¿tenía confianza en su buena constitución, en la eficacia de los tratamientos, en la competencia de los médicos o aun en su «buena estrella»?
¿Dónde pongo yo mi confianza? ¿En mí mismo, en mi inteligencia, mis fuerzas, mis riquezas, mi estatus social? ¿O soy consciente de que alguien superior se ocupa de mi vida, se interesa en los detalles de mi existencia? Nada ocurre sin su voluntad: “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:9). “Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre” (Salmo 118:8).
A menudo la vida cristiana ha sido comparada con un tapiz del cual, en la tierra, solo veríamos el revés. Los hilos y los colores del tejido parecen enredarse sin coherencia. Pero un día Dios nos mostrará el derecho del tapiz. Entonces comprenderemos la meta perseguida, el sentido de todas las circunstancias de nuestra vida. Aun cuando actualmente todo está embrollado, si hay hilos cortados y nudos, siempre conviene tener confianza en Aquel que quiere el bien de aquellos a quienes ama.
2 Samuel 5 – Mateo 26:47-75 – Salmo 22:6-11 – Proverbios 8:32-36