– ¿Qué haría si solo le quedara un día de vida?
Esta pregunta fue hecha en una clase de religión a jóvenes entre 16 y 17 años de edad. Las respuestas, que se leerían públicamente, eran anónimas. Así cada uno pudo escribir libremente lo que pensaba. He aquí algunas de ellas:
– Aterrorizaría a toda la ciudad para intentar evacuar mi propio terror. Y finalmente, por miedo a la muerte, me escondería en un rincón.
– Debido a la solemnidad de esas últimas horas no haría ninguna tontería. Tal vez buscaría la paz con Dios.
– En cualquier caso, no oraría a Dios, porque hasta ahora no me ha interesado.
Pero una respuesta sobresalió entre las demás y fue escuchada en silencio:
– Continuaría mi vida tan tranquilamente como antes, porque Jesucristo perdonó mis pecados. Por ello puedo vivir mi último día sin miedo.
El Señor Jesús quiere dar esta paz a todos. Él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Podemos poner la carga de nuestros pecados a sus pies, confesándolos sinceramente. Entonces experimentaremos que Dios nos perdona y nos da la seguridad de pasar la eternidad con él. Esta seguridad libera al creyente del miedo a la muerte.
“Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
2 Samuel 3:22-39 – Mateo 25:31-26:13 – Salmo 21:8-13 – Proverbios 8:22-27