Cuando nos sentimos incómodos con nuestra conciencia, fácilmente buscamos excusas para justificarnos.
Ya al principio del Génesis, en el huerto del Edén, Adán dijo a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Se justificó acusando a Dios y a su esposa. ¡Nosotros hacemos lo mismo! El corazón es engañoso y perverso, dice la Biblia. Sabemos que Dios ve todo. Seamos sinceros con él. Y cuando hemos pecado, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, si se los confesamos (1 Juan 1:9).
Siglos más tarde, mediante una parábola, Jesús mostró la gravedad de despreciar la gracia que nos ofrece:
“Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses” (Lucas 14:16-19). ¡Estas excusas sin valor privaron del festín a los invitados!
Dios quiere mostrarnos que nada podrá disculparnos si rechazamos la invitación de Dios a creer en él. El día de nuestro encuentro con Dios no tendremos ninguna excusa.
“¿Qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:30-31).
1 Samuel 31 – Mateo 23 – Salmo 19:11-14 – Proverbios 7:24-27